Esta mañana, mientras
tocaba una copla, ha venido Camarón. Iba muy elegante, con sombrero en la mano, un chaleco abierto y, al cuello, pañuelo blanco de
hilo. Se ha asomado a mi ventana y me ha dicho: eso que tocas es muy bonito,
niña, sigue tocando un poco, que yo te canto, pero cambia a mayor, anda, que le demos brío.
¡Ay José!, si yo
sueno a menor, he conseguido subir medio tono en los últimos tiempos, pero sigo
en mi relativo.
Nos hemos fumado un cigarro camino del molino. Le he contado que el sábado estuve con Falla y
con Federico, y que hasta la paloma que tanto se equivocaba no quiso quedarse
en el nido.
Ha salido la molinera y me ha dicho: esa pena que cantas es
hermosa, me recuerda a los antiguos, pero no suena flamenca, ¿y si la haces en seis
por ocho o le metes un frigio? Espera, espera, que voy a por los palillos.
¡Ay molinera, si yo no sé tocar flamenco! Si yo lo que
tengo es una pena muy penosa, una
tristeza muy triste y una primavera otoñal; una voluntad muy floja y mucha
flojera al andar.
Camino del Darro nos hemos encontrado a Morente, que me ha
saludado diciendo: buenas noches, payica, qué bonito eso que tocas, suena a
Cádiz y a Portugal. Sigue, sigue, reina, que yo te hago compás.
¡Ay, Enrique!, que el alba me dijo que el viento ha de
soplar para mí y para quien yo quiera, pero esto me pesa tanto, que ni con la
fuerza del huracán.
Los tres se han quedado mirándome y las hormigas del tronco
han dejado de cantar: ¿no has entendido nada?, ¿no sabes aún que en el amor y
en la música lo importante es sonar? Ya te lo dijo Demófilo: cuidadito con las
aleaciones de metal.
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